Chalco, Estado de México, primero de noviembre de 2021, las medidas sanitarias por la pandemia se han aligerado completamente y las calles se llenan de colores y algarabía. Familias enteras caracterizadas de caricaturas, monstruos o catrinas abarrotan el primer cuadro de la ciudad que se ha engalanado con calaveras de cartonería, papel picado que se mueve al viento y flor cempasúchil que lo inunda todo de un naranja hermoso. Es día de muertos, ven a revivir la tradición, dicen los altavoces de la plaza principal. 

Cuando alguien muere es común escuchar a las personas decir con resignación: nada más se nos adelantó. Pero qué pasa con las que no se nos adelantaron, con las que nos arrebataron, qué pasa con nuestras muertas y desaparecidas. Cómo se construye un duelo sin justicia, cómo se asimila la muerte sin certeza de ella.

Desde el 31 de julio de 2015 Chalco recibió, junto a otros 10 municipios del Estado de México, una alerta de género por feminicidio. Año con año el presupuesto para atender la situación ha ido en aumento: 185 millones en 2020, 260 millones en 2021, sólo por poner un ejemplo. No obstante, el impacto no se refleja ni un poco en la disminución de los casos.  

Un grupo pequeño de mujeres bajo el quiosco del pueblo, justo donde la gente gusta de tomarse fotos como testimonio de que ha estado ahí, acomodan cuidadosamente cruces rosas sobre macetas naranjas. Cada cruz lleva el nombre de una madre, una amiga, una hermana, una hija, una mujer que un día no volvió más casa. Cada una de esas crucecitas nos recuerda el peligro de nacer mujer y vivir en la periferia. Lo negada y lejana que se encuentra la justicia para nosotras.  Este grupo de mujeres, que además se encargó de pegar meticulosamente sobre el nombre del pueblo las cédulas de las mujeres desaparecidas, son las Brujas de los Volcanes.

Una colectiva de alrededor de 50 mujeres, aunque no siempre estén todas, que comenzó a organizarse el 8 de marzo de 2021, ante la necesidad de descentralizar la lucha.   Previó a ello, ellas solían ir y accionar en la Ciudad de México, ahí se sentían acuerpadas, acá les daba miedo que la policía o las personas las violentaran por manifestarse.  “Aquí si me detiene la policía, sé que cuando menos me van a violar y desaparecer, cuando más ya no la cuento” dice una de ellas para explicar ese miedo.  

Así pues, las Brujas de los volcanes surgen como un muy necesario espacio de acuerpamiento para exigir justicia, pero también como una mano que toma a otra para sentirse seguras, para saber que no están solas en este lugar feminicida.

Una vez concluida la ofrenda, se toman de las manos formando una media luna, gritan que no habrá ni perdón ni olvido, cantan para las que no están, pero también para invitar a los que por ahí pasan a no ser indiferentes, a detenerse a mirar. Las personas observan, algunos se detienen a tomar fotos, un par de mujeres se acercan y suman sus voces para responder a las consignas.  Su objetivo se ve cumplido: visibilizar la  falta de justicia para nuestras muertas.

A la mañana siguiente, desde muy temprano el servicio de limpia municipal ya hizo su trabajo, no hay cruces, no hay flores, las letras fueron lavadas y no hay más cédulas de desaparecidas. Como si un poco de agua y jabón bastara para lavar la impunidad con la que en este lugar se matan y desaparecen mujeres. Por fortuna, están ellas, las que nos invitan a todas a romper la indiferencia y tomarnos de la mano para acompañarnos hasta que este sea un sitio seguro para todas.