Cuántas veces escuché en la infancia la frase: ¡no seas payasa!, para criticar mi forma de resistirme para asistir a las reuniones familiares, sociales o amistosas. En el 2022 me encontré con la ansiedad social de frente, después de una dura crisis la he incorporado a mis días como parte de mis diferencias mentales. Salir de casa ahora es posible, reunirme con una persona o quizá dos por voluntad propia me desgasta, sin embargo; lo he logrado diez veces en el último año. Hacer trámites y revisiones médicas no cuentan, me pongo la coraza y asumo el enfrentarme a estas situaciones que se tienen que hacer. Para mis adentros reconozco que estas interacciones me dejan sin energía, embotada y sin capacidad para hacer algo más que estar inmóvil en el sillón el resto del día.
Ser “la payasa” me angustiaba porque pensaba que debía responder a las presiones de la familia de origen porque quería ser aceptada, valorada y querida. Nunca logré ser lo suficientemente aceptada en ese círculo, después supe que más bien era catalogada como “la rara de la familia”. A 18 años de haberme alejado de ese círculo trato de entender a esa joven Emilia que quería ser parte de algo y que a pesar de su ansiedad social se atrevió a formar parte de proyectos en colectividades, trabajando en espacios políticos de organización estudiantil, comunitaria, vecinal, impartiendo clases, bailando en escenarios, usando máscaras sociales para funcionar, para sobrevivir económicamente y también para disfrutar de los días. A través de la euforia salí de esa conchita. Aunque agradezco aquella energía fiera, también reconozco que en el camino me lastimé, porque para mí la euforia es como una droga, siempre necesito más y siempre me dejó con una visión alterada de la realidad, al punto de no reconocer los momentos en los que me hacía daño, o me puse en peligro.
Hace unos días mi querida Arely Velazquez, maestra y amiga; me regaló una hermosa nariz de payasa, con su guía aprendí que la risa es indispensable para tener buena salud, que al Clown no le preocupa que se rían de su personaje, estoy entendiendo que está bien ser payasa, porque puedes validar tus emociones, incomodar y transgredir. Darme permiso para ser distinta e intentar hacer cosas nuevas es parte de ese regalo: esa naricita que ya no se quita. Estas fotos son la representación de ese momento tan grato de lo que significó para mí abrir esta ventanita al bello arte del Clown.