Cuando abandoné mi hogar no llevé nada más que lo que vestía y la consigna de encontrar el sentido de la vida. Menuda cosa, pensaba mientras, sin prisa, pero sin tregua, recorría avenidas y veredas. Cuando viví entre los míos, una familia de prestidigitadores de baja monta había aprendido un par de trucos que me permitían ganar algunas monedas sin mucho esfuerzo, así que pagar por pan, vino y un roído colchón para pasar la noche no era un problema. Por lo demás, no necesitaba mucho, un par de buenos zapatos cada tanto, unos besos fugaces que como estrellas me permitieran pedir y cumplir deseos y un cuaderno para registrar meticulosamente todo. Por supuesto, no tenía un plan, aunque eso quizás ya era tener uno. Mi único propósito era el caminar mismo. En mis ires y venires vi tanto que mi cuaderno pasó de ser uno a ser dos y tres y 20. Conocí personas tan voraces que intentaron comerme, otras tan famélicas e indefensas que yo les ofrecí un pedacito de mí y de lo que tenía. Visité lugares hermosos y también otros inhóspitos y aterradores. Anduve en círculos y en línea recta. Crucé los mares y surqué los cielos. Me cansé y de vez en cuando enfermé. En mi búsqueda hablé con tantas personas, que de no ser por mis viejos diarios de viaje no podría recordarlas a todas. A la mayoría las interceptaba haciendo aparecer una moneda tras de su oreja, y después de ver amplia su sonrisa, disparaba a quema ropa: ¿Cuál es el sentido de la vida? Pocos sabían que responder, pero todos lo intentaban. Las madres decían que ver crecer a sus hijos, los médicos salvar vidas, los banqueros siempre se quedaban con mi moneda y balbuceaban sobre economía y capital, los maestros abogaban por encontrarlo en el saber, los niños que poco parecían saber decantaban por el juego como único propósito de su existencia y así, acumulé miles de respuestas, pero ninguna era la mía. Envejecí y un poco antes de que mi reloj de vida terminará de dejar caer su arena, volvía a casa, sin mucho más de lo que llevé al partir, acaso un saco repleto con las bitácoras de viaje. Nadie me esperaba, pero a todos les dio gusto mi regreso. Cuando me preguntaron si había encontrado mi respuesta, les dije que sí, que el sentido, mi sentido de la vida siempre estuvo en el camino.
Lila