Abajito de los volcanes, no tan cerca de la ciudad como para ser parte de ella, pero tampoco lo suficientemente lejos como para no ser considerado periférico. Los que vivimos aquí estamos acostumbrados además de a recorrer grandes distancias, a habitar entre el cruce cultural entre las arraigadas tradiciones del pueblo y la aceleración desmedida de la vida moderna.
El 25 de julio, las calles del pueblo se llenan de tapetes de colores y caballos que esperan y acompañan la procesión de los fieles de Santiago apostol, santo patrono de los veterinario, los equitadores y el pueblo de Chalco.
Al frente van los cueteros que anuncian la aproximación del Santo, después viene la banda, los chinelos que saltan de un lado a otro, el remolque que traslada la imagen de Santiago Apostol sobre su caballo y con la espada en alto, después vienen los caballos y finalmente todos los enojados porque las avenidas principales están cerradas y ya van tarde a cualquier lado.
Recorre la imagen los barrios viejos, visita casa por casa, los moradores ofrecen pan, atole, tamales, agua y cerveza a la procesión entera. Tiene su magia este mi pueblo adoptivo, se resiste a ser sólo ese lugar que cuando dices, yo vivo en Chalco, muchos abren grandes, grandes los ojos y te miran con asombro a la voz de, por allá está bien feo.