Los colores de la Merced: todo lo que sé de comercio lo aprendí de mi mamá

El mercado más grande de Latinoamérica y una de tantas historias

Uno de mis lugares favoritos es la Merced porque además de ser el mercado más grande de Latinoamérica, mi mamá me enseñó a caminar allí ¡Ya voy a llorar! Casi todo lo que he aprendido de comercio lo sé por mi madre.

Siempre que pasaba por circunvalación el altavoz sonaba: -¡Le duelen las piernas, las articulaciones! Hay personas que los huesos se le empiezan a poner chuecos, deformes por el artritis ¡Tómese las cápsulas de aceite de cahuama!-, a poco no ¡Hasta lo leíste con la voz del don!

Encuentras verduras, especias, carnes, anafres, cucharones, dulces, comida, antojitos, calzones, ropa, cobijas. Mi madre me enseñó desde lo más básico que es caminar, buscar, observar, analizar la calidad, comparar precios, comprar a menudeo, mayoreo, ¡hasta regatear! Aquí un pequeño paréntesis porque ahora sé que es una práctica poco «digna» entre comillas, sin embargo; quien se dedique al comercio (dependiendo el artículo, siempre y cuando este no sea artesanal) se considera un margen en el precio, esto es inevitable quizá porque vivimos en la precarización y nos genera una especie de satisfacción obtener descuentos, sentir que conseguiste algo a mejor precio.

Mi amá’ me enseñó a vender, por ejemplo: lo que te costó, más el pasaje, más tu ganancia y por si alguien te dice: -Me llevo tres ¿En cuánto me los deja?-, -¡Ya soy clienta!-. Una se va haciendo de mañas. Sueno algo cínica, pero sí te sientes identificada o identificado, házmelo saber.

He recorrido la Merced desde el mercado del Sonora, Fray Servando; desde Circunvalación, San Pablo, Corregidora hasta la Candelaria. Seguramente las habitantas y habitantes de la zona la conocen mejor, porque ellas y ellos la recorren cuando está apagada. Viven para esto y de esto, en cambio yo, sólo la transito.

Escribo esto justo mientras voy sentada en el Metrobús y paso sobre circunvalación. Observo el ajetreo, a la gente cargada con la esperanza de haber hecho una buena compra, con la esperanza de generar.

Eso me recordó cuando me robaron mi monedero con el dinero para surtir, lloré mucho porque era toda la inversión para los dulces que vendía en la facultad y, dentro de la redacción donde realizaba mis prácticas profesionales. O la vez que dejé mi monedero a un lado de mí mientras elegía ropa y cuando trate de pagar ¡ya no estaba! Lo busqué y un chalán del puesto lo encontró. Me sentí agradecida porque traía la inversión para unos cobertores, cerca de tres mil pesos.

Tiempo después pase por el lugar y salude a los chalanes y quien lo devolvió me preguntó: -Si no indiscreción ¿Cuánto traías?- le conté la cantidad. Se sorprendió y me respodió: -Si me lo hubiera quedado-. Él no sabe lo agradecida que quedé porque no lo hizo.
Acá te dejo un poco de eso, la nostalgia de caminar con mi madre, de aprender de ella, de la forma tan chingona de sobrevivir de miles de personas, otra vez estoy llorando.

Pienso en mi madre y lo fregona que es, caminando, cargando su mercancía, con hambre, cansada, buscando, con la responsabilidad de llevarme, jalándome la mano para no perderme, diciéndome: -¡En la casa hay comida!-, o simplemente -No traigo dinero-. Gracias, jefita.

Las reflexiones más bonitas que he tenido son a través de ella. No intento romantizar mi relación tampoco la ciudad, sólo es un poco de mi visión.

Fotografías realizadas en una caminata dirigida por Sunny Quintero con otros y otras artistas interesadas en la fotografía callejera.

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Corrección de estilo: Emilia Hera / bmc

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