Carta a Mario en un extraño cambio de estación

Tan pocas y pequeñas cosas me recuerdan a las personas que estuvieron cerca del sentimiento de aparente pertenencia. Hoy escuché a una jueza decir que la sangre es indestructible y que seré su hija eternamente. Me sorprendió escuchar la palabra eternamente. Esas palabras se suelen usar en las novelas románticas, en los doramas y en algunas poesías, pero no en un Tribunal Laboral Federal pensé.

¡Qué fácil es estimular nuestras emociones! De eso saben muy bien los buenos publicistas, que te estimulan el lóbulo frontal sin que te des cuenta. Al final, efectivamente; vamos y compramos eso que ni nos servirá para otra cosa que satisfacer la misma emoción que nos despertó. Lo mismo la música y esas tonadas a las que una vuelve y te despiertan algún recuerdo. Qué decir de los olores, el olor a la ropa de Mario me recordó el abrazo fuerte de pequeña.

¡Qué fácil es estimular nuestras emociones!

Y aunque sea como dice la jueza que eterna es la sangre y el vínculo que me dio vida. No puedo saber qué es lo que habrías querido. ¿Cómo preguntarle a los muertos? ¡Qué cábala perfecta hace falta para preguntarte! ¿Qué quieres que se haga con aquello que dejaste? Pienso que a estas alturas te debe parecer de risa esta disyuntiva en comparación con la pertenencia al universo como polvo de estrellas.

Desde tu cumpleaños, el pasado 8 de marzo. He andado con la idea en la cabeza: ¡ya es hora de arreglar todos los asuntos legales que dejaste inconclusos! Inicié con el primer y más duro paso que fue el de visitar tu casa. En la entrada dice: “Bienvenidos. Mi casa es su casa”. Compartí contigo mis primeros dieciocho años. Nunca tuve un espacio dónde sentir esa pertenencia, esa raíz. Sin embargo ese lugar que tú habitaste los siguientes dieciocho años, hasta tu partida; fue el lugar en el que más tiempo he habitado. Siete años en total. 

La importancia de los espacios físicos, de las casas, de un lugar dónde poder estar, donde poder ser y explorar. Eso me dio tu casa, a la que volví después de seis años. Donde está tu olor y tu estilo minimalista, con pocas cosas, muebles en color negro, la mesita de noche, tu reloj despertador. Tengo una memoria de uno de tus tantos despertadores con sonido de un gallito kikiriqueando, y berreando cuando se iba quedando sin pila. A las cinco de la mañana, porque al que madruga, dicen que Dios lo ayuda ¡qué dios cruel te ayudó a morir de esa forma!

También esta ese reloj que tenías desde las mudanzas anteriores. El que se descompuso, con la orilla color dorado. Alguna vez fue blanco y el tiempo le dio ese tono crema, casi amarillento. El mismo que se detuvo y no volvió a andar como tú. ¿Tienes prisa? decías al mirarlo detenido. ¿Qué es el tiempo si no estamos más aquí caminando, sintiendo y emocionándonos mutuamente?

¿Cómo asegurar la vida?

En este viaje de poner en orden (bajo las normas de este sistema corrupto de injusticia) lo que dejaste. Lo que te quitó un empleo en términos de vida. De tratar sin encontrar, una forma de hacer valer lo que dejaste escrito: “beneficiaria al 100%”. Un seguro de vida que formaba parte de tus prestaciones. ¿Cómo se puede asegurar la vida? ¿Cómo canjearla por pesos? Me pregunto. Cómo poner una cantidad. ¡Qué equivalía a lo que le hacías ganar a tus empleadores, en un buen mes de estimulación de las emociones de tus compradores!

He salido a la calle más de lo que hubiera deseado a razón de estos trámites que desconocía. En estas salidas, he tomado algunas fotos. Primero pensé que era para documentar este proceso. En realidad iniciaron como formas de calmar la ansiedad. Ya no fumo, no bebo alcohol, como menos azúcares refinados. Aunque el ansiolítico hace lo suyo para ayudarme a llevar el día a día, no es suficiente.

Tomo fotos para matar el tiempo en la espera de las abogadas. Capturo imágenes para detener el tiempo en los largos trayectos de carretera. Fotografío, pinto con luz para calmarme, para limpiar la mente y para no llorar… tanto.

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