Mi relación con la comida…

Mi relación con la comida siempre ha sido complicada. 

Cuando iba en la primaria sufrí anemia, me salían manchas en la cara y brazos, también conocidos como «jiotes». Me recuperé. 

Mi papá no estuvo con nosotras por al menos tres años y fueron muy difíciles para mi mamá. 

Hasta que regresó y nos acostumbramos a que llegaba con un refresco o pan. [Esto de alguna manera se convirtió en un ritual, en el que encuentro había cierto ápice de poder adquisitivo].

Cuando salí de la primaria era de las «gordas». Mi complexión nunca fue una talla pequeña. Tenía como 11 años y ya tomaba laxantes para bajar de peso. 

Con mi familia me acostumbré a comer de todo y no dejar absolutamente nada en el plato. Traté de dejar de comer para poder bajar de peso y sólo me causaba dolores de cabeza y anemia. También intenté vomitar pero siempre he sido bastante  asquerosa con eso, no lo soporté. 

Luego en el CCH, cuando me gustaba un bato,  éste me dijo: «es que nunca he andado con una niña como tú», era talla 32 y yo me sentía una ballena. Era gorda y fea. [Che autoestima fundamentada en la aprobación masculina por el amor romántico]

Esa sensación de rechazo continuó creciendo,  en la universidad me sometí a tratamientos de todo tipo, el más insoportable era el de 10 piquetes de carnitina en el abdomen; cuando me bajaba, era el doble de doloroso porque mi cuerpa estaba muy sensible.  Hacía dieta y ejercicio para agradar a alguien más y con la finalidad de que no me dejarán. [¡Estereotipos!, si engordas te van a engañar, te van a dejar, culpabilizándote por la decisiones del otro].  Pero la bomba de anticonceptivos que me inyectaba cada mes, no le cayó tan chido a mi cuerpa y subí de peso. 

Hasta que por fin alguien me dijo: «Brenda, por qué no aceptas que nunca te vas a ver delgadita como las demás, porque tu complexión es así». Me explotó la tacha. Aunque eso no evitó que dejara de comer y cuando sentía hambre fumaba. Eso sólo me trajo colitis y gastritis y ha sido un proceso de amor-odio a mí misma. De gordofobia interiorizada, insultos y no poder mirarme al espejo. Soy bien tragona, de eso estoy segura.  Ahora vivo en una bodega de dulces, me es muy fácil acceder a cualquier tipo de alimentos ultraprocesados, por eso cuando en la pandemia me estresaba o tenía que permanecer mucho tiempo sentada me la pasaba comiendo. 

En terapia me dijeron que si sentía ganas de masticar o moder algo por la ansiedad comiera jicama, zanahoria o pepino. 

Sé que no debo dejar de comer, eso lo he ido trabajando, pero ahora que estoy en un tratamiento lo reafirmo. 

Me la paso comiendo, pero hasta mi saciedad se ha modificado. Solo como cosas que me aportan y el nutriólogo siempre me dice: «No debes pasar hambre y debes descansar lo más que puedas». 

Pero si algo he aprendido es que no todas tenemos las mismas posibilidades las condiciones precarias de trabajo, los traslados, la vida. Intentar hacer otras actividades, preparar, comprar, lavar.  Además lo elevado de los precios, la mensualidad, la salud. Tener dos trabajos para solventar gastos.  Por eso celebro este aprendizaje, este intento de procurarme, porque no ha sido fácil el proceso, pero me siento muy bien y estoy siendo compasiva conmiga misma. 

Seguro a ustedes les ha pasado. Nos abrazo mucho, es muy difícil sufrir desórdenes alimenticios, el sistema está diseñado para sentirnos mal con nuestra cuerpa, para odiarnos y cambiarnos algo, sentirnos insuficientes para así consumir y buscar aprobación. 

Díganme si algo les hace sentido. 

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