La tríada imperfecta

A mi abuela Eugenia

Se me hincha Anel pecho y los ojos se me inundan.No sé cómo decir lo que hoy por ti yo siento. Recuerdo los momentos que de niña fui feliz, y sí, estuviste en muchos de ellos, pero también protagonizaste algunos de los más tristes que tengo. Sé que no era tu intención lastimarme, estabas cegada por la inútil madurez de la edad adulta y por eso trato de mantener alejados los días tristes y procuro rescatar cuando mis mejillas anhelaban tus besos y cariños. ¡Qué extraño! Nunca fui tú consentida, quizás nunca lo seré, pero hoy, más que otros años, me llamas, me buscas, me extrañas y preguntas el porqué ya no te escribo cartas. Hay tanto detrás que prefiero no mirar. Hoy solo me interesa verte tranquila y serena aunque distingo a flor de piel tus penas. Hoy solo quiero visitarte y aprovechar esa vulnerabilidad que te acecha y que cómo mujeres nos acerca. Hoy me gusta verte vulnerable porque siento que solo así me has dejado amarte.

A mi abuela Josefina

Tejes,

cocinas,

lavas, 

planchas,

limpias

y bañas.

Odias las arañas

pero tejes…

… no te gusta,

destejes

y vuelves a tejer.

El doctor te dijo:

“Señora, pare de tejer”

y tus manos

necias,

adoloridas,

sin nada más que saber hacer,

tejieron,

cocinaron,

lavaron,

plancharon,

limpiaron

y bañaron.

Y te dicen:

“Josefina, deja de hacer”

pero tú,

imparable,

amorosa,

hogareña hasta la médula,

te aferras a la vida,

a tus hijas

y a tus nietas

y sigues tejiendo,

pero ahora tus recuerdos

que reclamas tuyos

y del sufrimiento.

Hoy te digo:

“Abuela, por favor, enséñame a tejer”

y te ríes de mi poca destreza

y me ves,

con esa mirada tierna

y me hablas,

con esa voz que suena a primavera.

Y no, no aprendí a tejer

pero me encontré en tu hacer,

en el amor que siembras,

en tu atardecer.

Encontré a esa mujer insatisfecha,

a esa mujer suprimida por la vida misma,

encontré a una mujer rendida

pero no derrotada,

encontré a mi abuela

todavía viva

y la contemplé

tejiendo,

cocinando,

lavando,

planchando,

limpiando

y bañando.

La encontré,

la abracé

y en su oído susurré:

“Abuela, te amo,

abuela, gracias por tejer”.


(Herencia)

A mi madre, Venus.

Estás ahí, te vislumbro,

en cada rincón me acechas,

no sé cómo

pero siempre me encuentras.

Te descubro en mi reflejo,

llevo tu mirada,

tu nariz, tu ira

y una que otra manía.

¡Vamos!

Surquemos nuevos rumbos, 

quédate en mí

que me pierdo si te alejas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!