Eso que parece tan intangible y que nos acontece a todo lo que habita esta Tierra, diversas formas de entenderla han pasado por los caminos del conocimiento colectivo. A través de la oralidad nos enseñamos qué es eso de vivir la muerte. Para quienes habitaron estas tierras hace más de quinientos años el problema no era tanto la muerte como la vida misma, en ese diálogo entre los ciclos de lo que nace y lo que muere, había una unión inseparable de ambos sucesos como parte del mismo proceso. Desde entonces y hasta ahora continua una visión de lo que pasa cuando algo muere muy arraigada a nuestra forma de ver la vida. Jugamos con la muerte en nuestras frases que nos matan de la risa. Evocamos su presencia en lo que ya no necesitamos de nosotras. Ofrendamos nuestros duelos y la llevamos en el día a día. Casi al final de esta pandemia global por la enfermedad que provoca el virus Covid, muchas han sido las pérdidas y las ausencias. En días como éstos nos miramos de frente a la muerte, nos la encontramos a cada esquina y nosotras cada día honramos a trece de nuestras hermanas por haber sido arrebatadas de aquello tan valioso: el fuego de la vida. ¿Qué hacer con tanta muerte entre nosotras? ¿Qué hacer con lo que nos evoca esa certeza de que todas volveremos a ser polvo de estrellas? La respuesta: crear. Este llamado a compartir nuestras creaciones, porque el movimiento se resiste a lo que se queda quieto y se pudre. Porque nuestra palabra y nuestro canto y sus respiraciones se resisten al silencio del vacío. Porque las letras, las historias, los recuerdos, la imaginación y todo lo que nos anima es nuestra forma de saludar a la muerte y decirle: aquí estamos, ¡vivitas y coleando!