Lila Bang Bird
Siempre quise bailar pero me estorbaba el cuerpo, no el mío, el imaginario, ese que no tenía, y por alguna, no tan extraña, razón pensaba que era indispensable para poder bailar. Mi cuerpo siempre ha sido grande, soy más alta que el promedio, rolliza, de piernas gordas y caderas anchas. Las bailarinas, en su mayoría, o al menos eso pensaba, eran mujeres gráciles de esbeltas figuras. La danza no era para todas. Sumado a ello descubrí mi amusia y mi imposibilidad de seguir ritmos complejos, me conformé pues con una muy modesta técnica de cumbia y un desenfrenado pero muy divertido ska.
Este año conocí a mujeres que bailan al margen de la academia, mujeres que danzan para sanarse, que discursan con sus cuerpos, que politizan el arte y se apropian de los espacios dancisticos para romper con la vetusta hegemonía que solía dictar quién sí y quién no podía estar en un escenario; ahí, entre esas mujeres que hacen la revolución bailando, caben todos los cuerpos y esta proscrita la violencia.
Ahora ya no quiero bailar, pero me maravilla saber que existen estos espacios dónde cabemos todas, todos y todes.