La pregunta salta cada día que me decido a agarrar la cámara, el celular, la computadora. Mi nueva trinchera es la virtualidad. No conozco físicamente a la mayoría de mis compañeras y sin embargo confío. Se me hace nudo la garganta cuando veo o leo otro caso más de feminicidio. De viva voz de sus madres.
La indiferencia y la burla de autoridades que le sirven a los dueños del capital, del dinero, de los medios de producción me enoja profundamente. El Estado siendo ese aparato que a través de sus estructuras jurídicas oprime a quién no tiene varo, a quién no tiene estatus, a quién no tiene un tono de piel más blanca, a quién no tiene título, a quién no…
Me detengo a pensar ¿a quién pedirle justicia? ¿a quién exigimos qué derechos? ¿en quién confiar?
Recientemente las desapariciones y feminicidios de mujeres en estados como Nuevo León han indignado a una parte de la sociedad por las expresiones de ineptitud de las autoridades. Sin embargo hay tantos casos invisibilizados en todo el país, con especial urgencia en el Estado de México. Las compas que han salido a marchar, a acuerpar a las madres y familiares de las víctimas logran hacer visible la frustración que vivimos todas al salir a los espacios públicos, al ir a denunciar o exigir que pare esta violencia. Si buscamos construir una realidad dónde podamos estar seguras y caminar sin miedo, insisto: ¿a quién exigimos ese derecho? Un poco o mucho parece ser nuestra tarea comenzar a construir esos deseos porque implica confiar y es claro que en esas autoridades no confiamos.
A quién le vas a contar que te violaron, que abusaron de tu hija, que te acosa tu vecino para prevenir un feminicidio. ¿Al policía de la estación, al juez, al perito? Aunque hay esfuerzos en leyes como la Ley Olimpia, la Ley Ingrid y las alertas por violencia de género que buscan aportar en el cambio de esas instituciones, el mayor problema es que ese sistema de justicia no está diseñado para defendernos. Es cada vez más claro que sirve para quién lo puede pagar con abogados, amparos y comunicados.
Por eso y aunque duela sigo confiando en mis compañeras. Tejer redes implica confiar en las otras y en que sus intenciones no serán contrarias a esos ánimos de querer que esta realidad sea distinta. La confianza se va alimentando cada día, en cada interacción, en cada palabra y cada post. Cuando era muy jovencita creí que en los círculos de estudio y la organización estudiantil encontraría las pistas para hacer la revolución. Hoy estoy cada vez más atravesada por esta vida de opresiones, cada vez más lejos de esas organizaciones machistas llenas de relaciones verticales y jerarquización. No me enorgullezco de muchas de mis prácticas cotidianas, aún me falta mucho por resolver. Con todo confío, desde el autocuidado, desde mi gozo poderoso, en que algo de lo que estamos creando resuena. Iniciativas como aventón feminista, patrulla feminista y autodefensa feminista son algunos ejemplos de eso que tanto nos hace falta. Allí dónde puedes tener total seguridad de que no te van a lastimar es un lugar seguro y por tanto valioso. Ojalá todas tuviéramos un lugar así y si no ¡venga! a crearlo.