Impartido por Jessica Piedras
Los siguientes textos son el resultado de dos talleres de creación literaria que se impartieron en cámara violeta. Son mujeres que en la literatura se encuentran, se unen y en la fotografía se reconocen. Encontrarán textos asombrosos, auténticos y fotografías nada pretenciosas y honestas.
Crónica de cómo mi silueta llegó al piso
por Clara Parraguirre
Sentí tu presencia antes de verte.
Iba en el camión al trabajo. Con un libro en las manos, tratando de hacer el viaje más corto, sin embargo, a la mitad del trayecto te vi de perfil sobre mi hombro. Querías leer lo que mis ojos atentos seguían. Al voltear, te hacías el distraído. Llegando a la curva solo íbamos el chofer, tú y yo.
Te sentía tranquilo, paciente, esperando a que te mirara de nuevo. Por momentos me olvidaba de ti, las letras del minotauro y la sirena tenían la culpa. Estabas azul con un ligero resplandor de sol tras de ti. Eso tal vez me impedía ver tu rostro.
Estaba sentada delante de ti, te daba la oportunidad de observarme, de sonreír con mi sonrisa y de fruncir el cejo cuando algo no entendía.
Llegamos al final del camino. Guardé todo en la bolsa anaranjada de terciopelo. Había perdido tan solo unos segundos antes de que te bajaras. Me apresuré esperando ver tu silueta caminar rumbo al hospital o la universidad. La carretera estaba solitaria. Ni una huella, ni un rastro de polvo levantado por tus pies.
Al salir del trabajo abordé el mismo autobús ¿coincidencia?.
Las cosas de la rutina me hicieron olvidar que te había sentido cerca de mi oído, detrás de mi espalda, rozando suave mi hombro. Me senté atrás dejando un lugar por si decidías mostrarte de nuevo.
Nada. Una y tres paradas más. Nada.
De la bolsa surgió el libro. Perdí el tiempo y realidad del camión, atestado de obreros, secretarias, albañiles, maestras y amas de casa. El aroma a sudor de las tres de la tarde llenaba mi nariz. Una mirada insistía. Otra vez sobre mi cara, de nuevo sobre mis manos, buscando mis ojos.
No te presentí, no pude verte.
Se me antojó un churro, lleno de azúcar y grasa, de esa, que se queda en los labios, que ayuda a pasar más fácil las páginas del libro. Por eso, no te vi. Ni si quiera cuando te empuje para bajar.
Las calles estaban solitarias.
La gente no caminaba por las aceras. El taller del mecánico, -eterno enamorado- estaba cerrado. A lo lejos un grupo de gente. Hombres bebiendo cerveza, con unas bolsitas amarillas –nunca me ha gustado ese color-. Siempre había caminado por ahí. Nunca me había dado miedo. Cuando intenté desandar el camino ya era tarde. Debí dar la vuelta en la esquina, pero los pies no me obedecieron. Un perro negro se emparejo a mi lado. Me miraba como esperando que lo entendiera, si la naturaleza me hubiera dotado se esa habilidad, no me hubieran arrebatado la bolsa, ni mi nariz hubiera sangrado. Solo escuchaba el ladrido del perro. El calor de la tarde me había dejado el olor del sol en la blusa que se teñía de mi vida.
Parpadeaba lento -como con sueño-, mi cuerpo se había quedado quieto boca abajo. El rostro hacia la derecha viendo la carretera, el perro lamía mi mano, me hizo pensar en el diente de león que había crecido, manchado con rojo, oloroso a Resistol. Imaginé un mayate amarrado con un hilo para darle vueltas, disfrutar su sonido y después dejarlo escapar.
¿Un mayate?
No me pude mover. Unas flores amarillas fueron aplastadas.
Te vi de nuevo. Borroso. Alejado.
Cerré los ojos, ya no era posible ver más. ¿Por qué no me ayudaste? musité.
Cuando los abrí ahí estabas, de pie. Con la bolsa en tus manos, hojeando la sirena. Tus ojos ¡por fin los vería! Algo me decías, susurrabas, ¿Qué? No te entiendo, pero un flash, lucecitas que no resecaban mi pupila dilatada.
Otra vez, un resplandor te difumino entre las cuatro de la tarde, mi bolsa anaranjada y el sonido de una patrulla.
Un día sentí aplastante, desvalijado y desgarrado el corazón.
Aquel dolor en mi pecho impedía mi respiración, sentía incluso un aire helado, el cual entrelazaba el estómago, subía al pecho
y se quedaba estancado en la garganta.
Entonces desmayé. Poco a poco el dolor se hacía presente, era algo impredecible e incluso irreversible.
Ante el siniestro lo único que pensaba y deseaba era regresar en una sola pieza y no en pedazos.
Todo lo imaginé en un instante.
Idealizando aquel momento cuyo afán y deseos era solo ser feliz.
Sin embargo, tres meses fueron suficientes para sentirme la materia más insignificante y deprimente de aquel espectáculo.
Todo termino rápidamente.
Era impresionante como es que todo acaba, bajo la evidente idea del fin.
Casi muero ante aquel encuentro con la muerte existencial.
Entonces desperté y todo estaba en su lugar y aquella cosa rara ante el infinito
se hacía tangible.
Era mi soledad la cual me hizo sentir miedo al ver que se alejaba.
Soledad Tangible
1
Rota y despeinada amanezco.
Con una mariposa en la frente, con curvas en el cuerpo y en el cabello.
Lo trenzo para que gire.
No me basta el rizado que ya tengo.
Quiero más.
No me llena ver lo que contemplo.
Deseo más.
Por eso, me tejo el cabello y dejo que las alas suaves se agiten sobre mí.
Quiero soñarme para volar.
De vez en cuando atrapo un rizo,
lo paso por mi boca,
lo acaricio,
lo humedezco,
lo seduzco,
lo sorbo,
le canto,
lo suelto y lo dejo flotar,
regresa,
lo recorto con la mirada,
le grito,
lo aparto,
él no cede,
se acerca,
se presenta,
se deja jugar,
se entrega al momento,
hablamos,
otras veces bailamos.
Lo encarno especial.
Se promete camino de ida y vuelta.
En subidas desliza bajadas.
Desaparece.
Visita mi pasado.
Dibuja en el aire un tiempo.
Contempla mi espalda,
rebota,
busca mis ojos y para él amanece.
2
Mi túnel de llegada y tobogán de salida.
La primera boca, la primera escucha y la primera palabra.
Lo que primero cicatriza, lo que primero pulsa.
La primera pasión nace en la entraña, no en el pecho.
El pecho es secundario.
La pasión inicia, la ilusión se acaba.
El ombligo, mi centro, como nido de siembra,
como un ojo curioso,
como puerta que cierra,
como botón de rosa,
flor que se seca.
Reflejos
Volteo a ver fijamente a esa mujer que está frente a mí,
solo me observa con esa mirada perdida.
Alucinante de ojos rojos.
Cruzo unas cuantas palabras con ella,
Se suelta a llorar desgarradoramente,
me dice entre dientes:
ayúdame solo tú me puede salvar.
Intento tomar su mano y se desvanece entre mis dedos
Toda una experiencia fantasmal.
Retorné al día que me despedí de mi padre.
Como cuando sabes que todo es tan perfecto
y tienes tanto miedo de esa perfección por qué bien se sabe no es permanente.
Escucho de nuevo esa voz e imagino su rostro desencajado,
Pálido por la falta de sol, delgada al punto de una severa desnutrición.
Me dice esa voz tenue y pacífica, yo conozco tu sufrir.
Yo sé quién realmente quién eres.
Los miedos que evitas enfrentar.
Conozco a tus grandes amores.
Conozco todas tus aventuras pasionales, pero fugaces.
Sé que hoy tu corazón sufre.
Sé que tu mente está apunto de entran en estado de locura.
Sé que tus piernas tiemblan al escuchar esas canciones que compartieron.
Sé que tus lagrimas son tantas que habrá una tragedia natural.
Sé que tu cama es una mezcla de olores personales.
Sé que cada noche abrazas esa almohada vacía recordando una y cada una de esas noches de amor, sexo y promesas de amor por siempre y para siempre.
Pero, así como estas historias de amores han llegado a su punto final.
La soledad llega a ti para acompañarte cada día, te abraza y te escucha cuando te enamoras y te consuela cuando llega la decepción.
Tantas historias escritas en tu piel y ahora la única historia que quieres compartir es la de tu libertad.
Gracias le digo a esa voz fantasmal, sé que siempre estarás a mi lado
hasta el último suspiro de vida.