Quiebro el cascarón, un huevo cocido. ¡Tienes que comer más!, resuena esa frase mientras
sigo pelando. El crujido me recuerda al caparazón de la cucaracha que lleva un par de
horas boca arriba, moviendo las patas. Intentando voltearse. Me recuerda a Kafka y su
peculiar imaginación. Ese pulso vital, esas ganas de seguir intentando hasta el último
aliento. También me recuerda mis miedos de infancia. Las cucarachas, como esa
representación de lo que más temo. Simbolizan lo sucio y la enfermedad. Siento sus patitas
en mi cuello, porque me las imagino caminando encima de mi. Volando a mi alrededor.
Recuerdo alguna en la taza de café rascando las paredes para intentar salir. Esos rasguños
de sus patas en el silencio de las tres de la madrugada son aterradores. Sigo pelando el
huevo, poniéndole sal y tragando.
Pequeña cucaracha de mis miedos: estás en el otro cuarto patas arriba y no me atrevo.
Tuve dos segundos para pensar. No siempre los tengo. Me sigues dando miedo. Si no lo
hubiera pensado para esta hora ya estarías aplastada y en el bote de basura. Me da miedo
pisarte, que los huevecillos de tus crías que se alojan en tu cuerpo se queden pegados en la
suela de la chancla, que los esparza por toda la casa, que vengan cientos y con ello la
enfermedad. Porque me han contado que eres sucia y que lo mejor es exterminarte.
Regreso a la habitación un par de veces para saber si aún sigues ahí. Temo una vez más
que puedas por fin coger el impulso para voltearte y vengas por mí. Temo que no lo logres y
mueras exhausta y que el karma venga por mí. Porque con todo y el terror que me despierta
tu existencia, eres vida. Lo sigues intentando. Y eso me asombra. Tienes mi admiración y mi
miedo.
Termino de comer el huevo, tengo ansiedad. Pienso que debería hacer algo, dejar la
contemplación, enfrentar mis miedos, aventarla por el balcón, ¡actuar! Para mi sorpresa me
asomo y un cortejo de hormigas va cargando a la moribunda aún moviendo las patas,
acariciando los últimos momentos. El impulso vital de las hormigas se impone y convive con
el casi extinto deseo de vida de la cucaracha. Mientras yo me quedo fuera de esa historia,
esperando tomar la mejor decisión, mirando pros y contras, luchando con mis monstruos
internos. El ciclo sigue su camino, a su tiempo y sin esperarme.