Texto y Fotografía de Julia Tischer
Irene, mi madre, comenzó un largo aislamiento domiciliario – interrumpido por pequeñas salidas a caminar – dentro de su apartamento desde marzo de 2019. Desde ese momento convive con su amiga, Soledad.
Desde los inicios de esta crisis sanitaria, las autoridades de salud pública en Montreal han exigido a personas con más riesgo de desarrollar complicaciones por el virus, es decir, las personas mayores de 70 años y aquellos con enfermedades crónicas, que limiten sus movimientos al exterior de sus hogares y eviten todo contacto con otras personas.
Irene es una mujer con un cuerpo fuerte y un carácter determinado. Sin embargo, cae dentro de las estadísticas de personas en alto riesgo, puesto que nació en 1949 y tose desde que tengo uso de memoria. Su diagnóstico médico de esta tos es incierto: se ha pensado en una enfermedad pulmonar obstructiva crónica, asma, alergias o incluso reflujo. Los síntomas incluyen tos constante diaria, con ocasionales ataques de tos que la sacuden y le producen dificultad para respirar.
Soledad es su mejor aliada para evitar un posible contagio de Covid-19 y posibles complicaciones. Soledad es contradictoria. Por un lado, es un gran privilegio puesto que Soledad solo existe porque Irene tiene un lugar cómodo para vivir y suficiente seguridad económica para que no le falta nada. Al mismo tiempo Soledad puede ser una compañera abrumadora y pesada que provoca sentimientos de tristeza y abandono. Irene hace cara a Soledad con la misma resiliencia con la que ha coexistido con su tos durante tantos días y noches por décadas.
En este foto-reportaje quiero mostrar la convivencia de Irene con Soledad, la manera en que Irene la ha disfrutado o confrontado con fuerza y valor, y las pocas veces en que Soledad ha sido más fuerte. Propongo varias fotos desde el exterior de las ventanas del apartamento de Irene, mostrando el interior de la cotidianidad de Irene con Soledad en tiempos de pandemia.
